Se piensa que el uso de un lenguaje simbólico y complejo es una característica peculiar de la especie humana, pero algunos animales especialmente inteligentes, como los chimpancés o los loros, pueden ser adiestrados para comprender el significado de cientos de símbolos y establecer relaciones lógicas entre ellos.
El concepto del lenguaje como privilegio de nuestra “quintaesencia” humana, que nos separa definitivamente de las bestias inferiores, puede ser echado por tierra por las últimas investigaciones (como ya ocurriera con otras características presuntamente exclusivas del hombre, como la habilidad de usar y crear herramientas o de reconocerse en el espejo).
Según algunos antropólogos, el lenguaje emergió de pronto, como una capacidad compleja cuando el
cerebro alcanzó un alto grado de desarrollo, en un momento muy tardío de nuestra evolución. La organización que había alcanzado el cerebro propiciaría el salto cualitativo que constituye el uso de símbolos, hace relativamente poco tiempo, unos 40.000 años, bastante después de que se hubiera originado en África el hombre moderno, hace unos 160.000 años. Esta explosión del lenguaje estaría asociada al brusco aumento de la creatividad humana, que se manifestó en una gran variedad de refinados utensilios y en la primera aparición del arte.
Últimamente se van acumulando pruebas, sin embargo, de que la evolución del lenguaje fue un proceso largo y complejo, que partió de unas capacidades comunicativas sólo ligeramente superiores a las de otros primates y fue refinando a lo largo de cientos de miles o incluso millones de años. Esta visión permite que la selección natural sea la moldeadora de las capacidades lingüísticas, que se adquirirán poco a poco por las evidentes ventajas adaptativas que una comunicación mejorada podría proporcionar a los homínidos (identificación de los peligros, mejor coordinación en la caza, transmisión de habilidades y conocimientos y mejora del entramado social). Aunque seguiría siendo cierto que con la aparición del hombre moderno esta progresión se aceleró espectacularmente.
Las pruebas de estas teorías están llegando desde diferentes ámbitos: los cráneos de homínidos de hace más de un millón de años revelan ya algunos pequeños abultamientos en el área de Broca, donde se localiza el control de muchas tareas lingüísticas en los seres humanos actuales. Estos abultamientos son menores que los del hombre actual, pero mayores que los de los simios antropoides. Además, el estudio del modo en que estos homínidos producían lascas de piedra, revela que la mayoría eran diestros, lo que supone que en sus cerebros dominaba el hemisferio izquierdo, que es el que se encarga del lenguaje.
Otro enfoque para estimar las capacidades lingüísticas de nuestros antepasados es evaluar su capacidad de producir sonidos. Los seres humanos poseen el órgano principal de formación de sonidos, la laringe, muy abajo en la garganta, en relación al resto de mamíferos. Esto nos permite tener más espacio para producir una mayor variedad de sonidos (y también explica nuestra propensión a atragantarnos). Algunos rasgos de la base del cráneo podrían servir para estimar la posición de la laringe y la capacidad de producir sonidos. Por ejemplo, se ha comprobado que la base del cráneo es arqueada en el hombre y de forma plana en el resto de
mamíferos. Los australopitecos la poseían plana, pero el cráneo del ejemplar más temprano conocido de
Homo erectus, de hace casi 2 millones de años, ya tenía la base un poco arqueada y podría haber pronunciado algunas vocales.
Se ha dicho que los neandertales no poseían un lenguaje elaborado y ésta fue una de las causas de que se extinguieran cuando se encontraron con el hombre moderno. Pero recientes estudios sugieren que los preneandertales de la Sima de los Huesos, de Atapuerca, de hace unos 300.000 años, ya poseían al menos la capacidad de emitir sonidos variados. El hueso hioides, situado en la región posterior del suelo de la boca, y las zonas de inserción de los músculos implicados en la deglución y los movimientos de la faringe para producir sonidos, son similares a los de los humanos modernos y claramente distintos de los de los
chimpancés, por ejemplo. La forma de la mandíbula, alargada hacia adelante, de los preneandertales, les impediría sin embargo pronunciar las vocales a, i y u, por lo que su repertorio de sonidos sería bastante más pobre.
Otras pruebas, aportadas por la genética y la lingüística, están llevando a fascinantes conclusiones acerca de la temprana adquisición de capacidades lingüísticas superiores por el hombre moderno, casi en el mismo momento de su diferenciación como estirpe genética en África, hace 160.000 años.
Los lingüistas agrupan a las lenguas en familias en base a sus similitudes y han llegado a la conclusión de que probablemente todas las lenguas derivan de una única lengua. Se basan para ello en la conservación de algunas raíces de palabras en lenguas de lugares muy alejados entre sí. Por ejemplo, las palabras “tik”, “dik” y “dig” significan “uno” en lenguas primitivas de África, Asia y Europa, donde esta forma pasó a significar “señalar con el dedo índice”. Estas raíces aún perduran, a través del latín, en nuestras palabras “dedo” y “dígito”, que significa “número”. La protolengua primitiva tendría al menos 60.000 años de antigüedad, ya que la llevaron los hombres que emigraron a Australia. Estudios realizados por ordenador sobre la tasa de cambio inferida a partir de las lenguas actuales y antiguas, sugieren que la protolengua surgió hace unos 160.000 años.
Si esta coincidencia no parece suficientemente sorprendente, recientemente ha aparecido otra. El gen FOXP2 influye en la capacidad de desarrollo del lenguaje, sin afectar a otras capacidades intelectuales. Los miembros de familias con alteraciones en este gen presentan dificultades para distinguir fonemas, entender raíces y tiempos verbales y comprender las reglas gramaticales. El gen se ha mantenido constante durante millones de años, pero en los mamíferos presenta pequeños cambios. La proteína humana se diferencia de la del ratón en 3 aminoácidos y en 2 de la del chimpancé y el gorila. Los análisis de tasas de cambio en los genes (que en lo esencial son similares a los de tasas de cambio en las lenguas) sugieren que el momento aproximado de la mutación fue ¡hace 160.000 años!.